Cuando los residentes de la costa del Pacífico de los EEUU y de Canadá se toman vacaciones en la Patagonia, a menudo se sienten sorprendentemente como en casa, porque la costa chilena, de muchas maneras, es un espejo que refleja la imagen de su propio lugar de residencia. Para cubrir todas las comparaciones posibles, este artículo tendría que ser diez veces más largo, pero una característica que me hace sentir en casa – como residente de larga data de California – son los bosques patagónicos de alerces, una conífera. Pararse bajo una arboleda de alerces es como estar dentro de un bosque de sequoias californianas.
Al igual que la sequoia, el alerce tiene una vida extendida (de hasta 4.000 años), es un árbol de gran tamaño, (hasta 70 metros, aunque la mayoría alcanza 40 metro), de madera atractiva, fácil de elaborar y resistente a la humedad y a los insectos – muchos hitos arquitectónicos de Puerto Varas y Puerto Montt, el puerto base para el transbordador de Navimag al extremo sur de la Patagonia, consisten de madera de alerce extraída en el siglo 19.

Aunque se desarrolla mayormente entre los 400 y 700 metros sobre el nivel del mar, el alerce también prospera en pantanos con mal drenaje a niveles de altura menores. El lugar más próximo para divisarlos en su hábitat natural es en el Monumento Natural Lahuén Ñadi, una zona relativamente pequeña a solamente unos pocos kilómetros fuera de Puerto Montt, a lo largo de la ruta al aeropuerto. Para ver arboledas de mayor tamaño en los Andes, el Parque Nacional Alerce Andino está a aproximadamente una hora de la ciudad, pero los bosques sobrevivientes de mayor tamaño se encuentran en el Parque Pumalín, un proyecto privado de conservación que requiere de un viaje por carretera y una etapa en transbordador. También hay bosques de alerce en el lado argentino próximo de los Andes.
Las ramas de los ejemplares más jóvenes tocan el suelo, pero en la medida que los árboles maduran, sus troncos inferiores de corteza rojiza se desnudan. Los aborígenes Mapuche los conocen como lawen, pero Charles Darwin les dio el nombre botánico de Fitzroya cupressoides en memoria del famoso oficial comandante del HMS Beagle. Aunque Darwin, en El Viaje del Beagle, proporciona solamente una descripción somera de este imponente tesoro ecológico.
